ZEN, KARATE, HAIKU: Variaciones sobre la cultura japonesa ( Bilbao, 10/10/2007- Bidebarrieta)
CONFERENCIA DE VICENTE HUICI URMENETA
ZEN, KARATE, HAIKU: Variaciones sobre la cultura japonesa
Me consta, porque los veo, que hay en la sala personas que podrían hablar de todos
estos temas acerca de los que estoy hablando desde otro punto de vista. Y por eso, antes
de comenzar, quiero aclarar cual va ser mi punto de vista. Mi aproximación es la de un
sociólogo del conocimiento. Se trata de una disciplina que lleva muy pocos años de
desarrollo y que fundamentalmente se dedica no tanto, como lo hace la filosofía o tal
vez las ciencias, a constatar la verdad o falsedad de determinadas realidades, sino más
bien a intentar discernir la razón de que, en determinados lugares, en determinados
momentos, para algunas personas, para algunos colectivos, para algunos grupos, hay
algunas cosas que son verdad y hay otras cosas que son mentira. Este punto de vista,
como veis, no es en modo alguno relativista sino relacionista. Es decir, no quiero
relativizar nada sino relacionar diversos aspectos desde un punto de vista ideológico, si
queréis, y por otro lado, aplicar una perspectiva más sociológica o social. Pero no me
voy ha esconder. En lo que voy a exponer también hay mucho de experiencial. Diré
brevemente, también con un poco de rubor, que he practicado todo aquello sobre lo que
voy a hablar. Y también he de deciros que en realidad voy a estar hablando
continuamente de prácticas y esto en si mismo ya es una contradicción. Porque el hecho
de que yo esté hablando de cosas que en realidad hay que hacer y que además,
sinceramente, para comprenderlas bien es necesario practicarlas no deja de ser una
enorme limitación. Por lo tanto, a pesar de que sea, porque así me encuentro
encasillado, un sociólogo del conocimiento, no puedo evitar que muestre mi inclinación
como practicante de algunas de estas prácticas sobre las que voy a hablar. Y para
empezar, yo quisiera recordar una anécdota que contaba Taizen Deshimaru, para
algunos el último sensei, el último maestro de aquello que posterioridad calificaré como
budismo zen. Por supuesto, era un maestro reconocido que había recibido lo que es
denominado como transmisión y que, por otra parte, solía comentar lo siguiente: en
ocasiones lo paso muy mal porque cuando acuden algunos discípulos occidentales y me
dicen -maestro, ¿cuando tiempo tengo que estar practicando zazen, es decir, la
meditación sobre el zafu?-, yo les contesto:- pues, siempre, toda la vida, hasta que
muráis-. Entonces, me vuelven a cuestionar: -entonces, ¿el Satori?, ¿Cuándo se
consigue la iluminación?-. Y yo, finalmente les respondo: -Satori es cada vez que te
sientas sobre el zafu-. Ciertamente, este último comentario chocaba con la mentalidad
occidental, argüía Deshimaru, porque, por un lado, les estaba diciendo que debían
practicar siempre y, por otro lado, les aclaraba que cada vez que lo practicaban ya
habían conseguido aquello que pretendían. Me voy a extender a lo largo de la
exposición en torno a lo que se esconde tras esa anécdota. Espero que ésta no sea muy
larga ni muy pesada y, si acaso, luego permita algún tipo de comentario. En realidad,
podría hablar de muchas cosas sobre la cultura japonesa. Podría hacer uso de
referencias de tipo histórico o estrictamente filosófico pero no lo voy a hacer porque
cualquiera de estas cosas es posible hacerlas ya hojeando libros o consultando en
Internet. Por lo tanto, más que dar datos o, incluso, más que comentaros algunas
expresiones de japonés que tengo aquí apuntadas, probablemente no voy a abundar en
ellas para no aburriros, mas bien voy a intentar meter el diente, si se me permite la
expresión, a aquellos aspectos que me parecen más interesantes de esta serie de
prácticas. La razón de ello es que son prácticas que de alguna manera ofrecen una
panorámica de lo que constituye la cultura tradicional japonesa. La cultura tradicional
japonesa, es decir, no la cultura japonesa. En efecto, hablaré de la cultura tradicional
japonesa, algo que al parecer todavía conservan los japoneses mayormente en la
intimidad y que no tiene mucho que ver con eso que aparece en los documentales o
incluso en las películas, aunque sean magníficas en su modo de reflejar ese mundo más
bien violento o lleno de luces de neón o muy neocapitalista. Me estoy refiriendo, más
bien, a lo que perdura de la cultura tradicional japonesa y que, al parecer, todavía
pervive en el momento en que se cruza el umbral de esas de pequeñas, pequeñísimas
casas que poseen los japoneses.
Bueno, por continuar con el espíritu de mi exposición pasaré a explicar, en primer lugar,
estas prácticas comentando qué son. Vamos a hablar de tres a pesar de que podríamos
hablar, insisto, de la ceremonia del te, del ikebana, etc. Podríamos hablar, incluso, de
una cosa interesantísima que antes le comentaba a Carlos, el arte del envoltorio. Así
como suena, el arte del envoltorio japonés sobre el cual, por cierto, hubo una magnifica
exposición hace unos años en el archivo foral. Por supuesto, ya os lo avanzo, lo que se
envolvía importaba muy poco. Bien, repasemos, pues, estas prácticas.
El zen, o más bien, la idea que se suele tener del zen es, en principio, la de un grupo de
gente que está sentado en unos zafus, en unos cojines, en una postura que se dice de
loto, medio loto, y, además, existe una determinada forma de colocar las manos y un
modo específico de respiración. Respecto a esto, habría muchas preguntas que
podríamos hacernos. Por ejemplo, ¿eso es budismo?. Bueno, pues probablemente no.
¿Es una religión?. Pues probablemente tampoco salvo que, por ejemplo, pensemos que
podemos llamar religión a lo que aquí llamamos nacionalismo o socialismo. En ese caso
si podríamos llamarlo religión. Entonces, ¿qué es?. Lo diré otra vez, es una práctica.
¿Cual es el objetivo de la práctica?. Pues ninguno, lo cual no deja de ser muy curioso.
Continuamente se insiste en esto: usted siéntese, coloque las manos de esta manera,
coloque las piernas de esta manera, respire, expire, concéntrese en la expiración y
procure de alguna manera distanciarse de sus pensamientos y concentrarse en la
respiración. No es pues ninguna meditación, no nos proponemos como dice Octavio
Paz, al modo de los místicos occidentales, agitarnos en torno a una idea, sea la de Dios,
la de un ángel o la de la virgen María. No nos concentramos en nada. Precisamente, lo
que hacemos es dejar que todo pase. Es evidente que de forma inmediata
contraponemos lo planteado ahora con nuestra referencia cultural. Lo voy a decir ya:
con el judeocristianismo. En el 95% de nuestras maneras de pensar, de ver las cosas, de
percibirlas, somos judeocristianos a pesar de que no nos demos cuenta. Parece que el
judeocristianismo se ha quedado reducido a una religión. Sin embargo, es algo más que
una religión, es una manera de estar en el mundo. Por lo tanto, lo que he empezado a
describir choca con la mentalidad occidental. Sentarse para no hacer nada, para dejar
que pase todo, para mantener una distancia. Hay quien, en referencia a esto, ha hecho
estudios neurológicos. Citaré un libro muy interesante que antes le comentaba a Carlos
y que se centra en el estudio de lo que ocurre en ese momento de práctica zen. Esto es,
qué dice la ciencia occidental sobre lo que pasa en ese momento. Pues la ciencia
occidental o unos científicos, para ser más claros dicen que, en ese momento, lo que
pasa es que, en la medida en que nosotros tratamos de controlar la respiración, un acto
que supuestamente está controlado inconscientemente por el sistema neurovegetativo
(fundamentalmente a partir del tálamo, del hipotálamo), retroalimentamos el tálamo y el
hipotálamo hasta tal punto que su hiperactividad genera una disminución de la actividad
del cerebro frontal. Esta es la causa de que se tengan sensaciones, maneras de ver las
cosas diferentes a las que se tienen normalmente. En todo caso, esta circunstancia no ha
sido descubierta por los neurólogos, sino que esto ya lo decía Max Weber en sus
estudios de sociología de la religión, a saber, que a través de determinadas prácticas
ascéticas se podría llegar, precisamente por el control sobre la respiración, a
determinados estados. ¿A la verdad?, no. Un japonés, un zen se reiría inmediatamente
de algo así como de la verdad, salvo que la percepción que tenga del zen sea occidental.
Se reiría. ¡La verdad!, ¡qué va!, sería más bien una verdad entre otras verdades, entre
otras maneras de ver las cosas. Realmente, eso de la verdad es un hecho muy occidental,
que tiene mucho que ver con nuestro monoteísmo y con la idea de que la realidad se
reduce a lo unitario, a una única verdad que, en determinadas circunstancias de la vida,
puede llegar a ser operativo, pero en este caso no lo es.
Satori: sentarse. Satori es algo que en un momento determinado aparece. En todo caso,
nos quedaremos con un aspecto muy importante: la distancia que se consigue con esta
práctica respecto de lo que podríamos denominar la realidad cotidiana. Algo que han
estudiado tan bien los sociólogos del conocimiento. En efecto, una distancia que, por
ejemplo, en el budismo zen Soto, la escuela que más conozco de entre las muchas
existentes, se vehiculiza a través del Zazen. Hay otras escuelas en las que la distancia se
vehiculiza a través de lo que es denominado como Koan. Los koan son, para decirlo
brevemente, juegos lingüísticos que logran desarticular nuestro discurso y, una vez más,
deshacer el vínculo que establecemos entre el lenguaje y la realidad. Al respecto,
contaré un koan divertido y tópico pero expresivo al mismo tiempo. Un maestro le
propone al discípulo un koan la siguiente cuestión: si dos manos suenan de este modo,
¿cómo suena una mano?. El discípulo reflexiona sobre ello durante mucho tiempo. Sin
embargo, la incertidumbre hace mella en él, vuelve y confiesa su desconocimiento.
Entonces el maestro le da con la palma de la mano en la cara ¡Zas!: “una mano suena
así”. ¿Qué es lo que se ha producido?. se ha producido una ruptura de la relación entre
el discurso lógico y la realidad. Y estamos hablando de un alumno en relación con un
maestro. Es decir, hasta que el alumno o el principiante termine convirtiéndose en
maestro esta relación va a ser una constante. El Maestro siempre va a estar ahí
resituando al aspirante, al que desea iniciarse. De hecho, hay colecciones enteras de
Koan que tratan de mantener la distancia. Bueno, pues este elemento de la distancia, que
se denomina en japonés ma, es lo que nos va a permitir a continuación hablar del
karate-do. Se podría hablar, a su vez, de otras artes marciales. Yo creo que todas en
principio, y sobre esto también habla Deshimaru, pueden entenderse desde el punto de
vista de ma, de las distancia, ya sea el kendo con las espadas, el aikido o el yudo. Nada
puede ser peor en el tatami que perder el ma. Mas, ¿qué es el ma?, la distancia. Algunos
practicantes de Karate que están presentes aquí, puesto que lo han practicado conmigo,
lo saben perfectamente. Al hilo de ello, haré mención de una anécdota. Recuerdo un
video de dos karatedokas octogenarios que salían al tatami y se saludaban. Estuvieron
cerca de diez minutos casi sin moverse. En realidad, se movían levemente hacia un lado,
hacia el otro. De pronto uno de ellos se cuadró, saludó y se marchó porque había
perdido. ¿Qué había pasado?, que había perdido el ma, es decir, lo que ocurría era que
se había dado cuenta de que su contrincante le podía haber hecho una técnica. Y así
simplemente no valía la pena seguir. Ya había perdido. Y, al mismo tiempo, cuántos
combates de kendo de gente muy mayor, tal y como comenta Deshimaru, terminan en
nulo porque no se mueven. Están empuñando las espadas, no se mueven y al final el
árbitro tiene que dar paso a otras parejas. Pues bien, en el karate, además de conseguir
el ma, también se centra en un entrenamiento como lo había en el caso del zen. En el
Karate existen waza (Ko waza, O waza, Renzoku waza) que son las técnicas que es
necesario repetir. Son técnicas que luego se pueden ordenar series según los diferentes
niveles de complicación. La combinación de esas técnicas que progresan en
complejidad son los katas. La diferencia estriba en que en Japón no estudia el karate a
partir del método de cinturones de distintos colores: amarillos, naranja, verde. Este
procedimiento es un invento occidental porque nosotros seríamos incapaces de soportar
el tránsito del blanco al negro simplemente porque un día el maestro nos dijese: ya te
puedes poner el cinturón negro. Nosotros, en cambio, queremos saber cuándo es el
examen de naranja. En ese sentido, un maestro japonés, en primer lugar, no haría el
menor caso. Se extrañaría por la propia pregunta y pensaría que lo mejor sería que el
alumno se marchase. Pero, en cualquier caso, se trata, como hemos dicho antes, de un
entrenamiento. Es el entrenamiento que va a permitir mantener el ma en el combate, en
el kumite, ya que no es un combate de alguien contra alguien. No se trata exactamente
de vencer al otro. Además, el adversario no se va a rendir. Se trata de combatir con él y
casi diríamos de no dejarse vencer. Ahí entra en juego la mirada, ahí entra en juego la
técnica, que va a estar tan depurada a tal punto que, en el momento preciso en que el
contrincante pierda el ma se ataque sin demora. Esto nos lleva al suki. Suki es la
ocasión. Aquí recuperamos, por cierto, un concepto pre-judeocristiano: el kairós, la
ocasión. Curiosamente, suki, que es un golpe frontal con el puño hacia delante,
exactamente en el centro del plexo solar, es también lo que define en japonés a la
ocasión, el Kairós griego. Todo está pensado para llegar a ese punto. Y cuando se llega
a ese punto toda la energía de cuerpo se concentra en él y se manifiesta a través del kia.
Es decir, se concentra el ki, se une el ki y eso es kia. El efecto suele ser sorprendente.
Bien, este fenómeno denominado ma que hemos visto ya circular en el mundo del
karate-do (do: camino), también se observa en el zen: ¿cuándo seré un maestro?,
¿cuanto tengo que practicar?, siempre. ¿Para qué?, para nada. Si te equivocas es porque
sabes, sino no te equivocarías. Este tipo de afirmaciones nos serán familiares cuando
hablamos de este tipo de prácticas.
Del karate pasamos justo al haiku. También podíamos hablar, insisto, de otras muchas
cosas. Pero, ¿por qué pasamos al haiku?. Porque también en el arte del haiku, a
diferencia del modo en que, en occidente, estamos acostumbrados a percibir la poesía,
existe ma, o sea, distancia. Dice Yasuo Basho: “cuando uno está muy agitado, cuando
está muy deprimido, no puede escribir haiku”. Es necesaria una distancia mental, como
la que hemos visto que se producía en estas manifestaciones. También nos referimos a
una distancia física que los japoneses precisan al hacer los millones de haikus que
todavía se hacen en Japón. Nos hablan de la naturaleza, de los insectos, de los animales,
etc. Aunque, probablemente están metidos en sus casas, en oposición al poeta romántico
que contempla la naturaleza. Es necesaria una distancia física y una distancia mental. Y
también aquí hay una concentración de energía y un entrenamiento. ¿Cuántos haikus
hay que hacer para hacer un buen haiku?, no sabemos. Sólo remítete a hacer haiku. Y,
¿en qué consiste hacer haiku?. Bueno, pues más o menos se sabe. Son tres versos en los
que se pone especial atención al fenómeno estacional porque, ya lo veremos más
adelante, existe siempre un vínculo entre el momento teórico de lo que se está
describiendo y el momento de la naturaleza. Hay un vínculo muy estrecho. Y hay
también un contraste lingüístico (kireji), aparte de ese ma, de esa distancia frente a los
objetos, incluso respecto a la propia naturaleza y que se manifiesta lingüísticamente una
especie de Kiai en el haiku. Es decir, la construcción del haiku, ese poema pequeño
compuesto por tres versos de 5-7-5 sílabas, depende de que entre la primera parte del
haiku y la segunda parte haya un contraste mental. Algo que nos sorprenda, o lo que
generalmente en Occidente se entiende por ingenioso.
Dicho todo esto y habiendo expuesto esta primera parte descriptiva en función del
concepto ma quisiera ahora establecer algunas aproximaciones a ciertos aspectos
derivados de lo anterior. Voy a ser muy breve porque espero que luego tengamos
ocasión de profundizar en ello. ¿De qué tiempo estamos hablando cuando hablamos de
toda estas prácticas?. Pues curiosamente, si os dais cuenta, estamos hablando de un
tiempo circular y no de un tiempo lineal. Es un tiempo que se cierra sobre sí mismo,
aspecto que, de nuevo, choca con nuestra concepción del tiempo. Quién practica zazen,
quién está haciendo técnicas en el kumite, quién está haciendo un haiku no tiene una
percepción cronológica de tiempo. El tiempo que se ubica entre el inicio y el término de
la práctica zazen no es lineal. De alguna manera, hay además cierta semejanza, dentro
de nuestra propia tradición cultural, con las culturas pre-judeocristianas, con las
concepciones del tiempo griegas y, como antes comentábamos, en alguna medida, con
las indias. Pero con las chinas también, por supuesto. Basta leer a Platón, basta leer a
Lao Zi, para darse cuenta de que hay un predominio del tiempo individual cíclico y del
tiempo colectivo cíclico. La explicación que los filósofos han dado al respecto es que el
vínculo que se tiene con la naturaleza permite asumir los ciclos de la naturaleza, que son
de carácter repetitivo, como esquemas temporales de los seres humanos. Algo que, por
otra parte, nosotros hemos roto a partir de la idea de un dios que vive fuera de la
naturaleza, que ha creado la naturaleza y que imprime un ritmo diferente a la naturaleza,
lo que permite pensar en línea. Y pensamos tan en línea que, sin darnos cuenta,
establecemos referencias temporales en base al periodo anterior y posterior a Jesucristo.
En estas prácticas, sin embargo, constatamos un tiempo circular, y no me voy a meter
ahora en si es peor o es mejor. Yo simplemente lo planteo. Además, es una percepción
circular en espiral. Porque gracias al ma, esa percepción va adquiriendo, por decirlo así,
cualitativamente novedades. Y, en la medida en que el tiempo se repite, hay que repetir
zazen, hay que repetir kumite, hay que repetir kireji. Hay que repetir, pero se supone que
cada vez se repite mejor. Y en ese repetir cada vez mejor aparece otra figura que es muy
típica de estas culturas y que es el sensei (el maestro). Es el que lleva repitiendo mucho
tiempo y el que ayuda a repetir a los demás. Ese sensei, ese maestro no es un maestro
escogido, es un maestro que aparece en un momento determinado cuando alguien desea
hacer alguna de estas prácticas y que hay que aceptarlo. Cierto es que, como cualquier
otro ser humano tiene sus defectos, sus manías, etc. Pero tiene la habilidad, en el caso
de que sea un maestro, de encauzar esas actividades hacia la consecución de una mayor
conciencia sobre todo lo que se va haciendo. Otra anécdota: aquella que se refiere al
discípulo que lleva ya dos o tres años con el sensei y finalmente pregunta: “pero bueno,
maestro, ¿cuando vamos a empezar a hablar de las clases importantes?, porque desde
que he llegado aquí no hago más que ir a hacer la compra, preparar la comida, fregar los
cacharros”. Como respuesta, el maestro le devuelve otra pregunta: “¿y te parece que
hay algo más importante en este mundo que hacer todas esas cosas bien y
conscientemente?”. Nosotros, desde Occidente, responderíamos que, en efecto, existen
numerosas cosas más importantes. Bueno, pues no. Cuando aprendas a hacer bien todo
esto y a hacerlo conscientemente tal vez te hayas convertido en maestro con
atribuciones para enseñar al otro. Por lo tanto, hablamos de un tiempo circular, que
Hegel decía que es el propio de un tipo de tiempo de sociedades que no avanzan, que se
miran en sí mismas continuamente, que implican una jerarquía en la que unos mandan y
otro obedecen, en la que unos se encuentran iniciados y otros van a serlo. Yo creo que
esto es cierto y que desafía nuestra mentalidad. Pero también hay que tener en cuenta,
como explicó muy bien Louis Dumont en sus dos libros Homo Hierarchicus y Homo
Aequalis, que la idea de que somos iguales frente a algo, frente a Dios, frente al Estado,
frente a la ley, es una idea cristiana y occidental. No obstante, todas las demás culturas
han defendido la jerarquía por analogía con la naturaleza. En otras palabras, han
naturalizado la sociedad. Y de alguna forma han percibido que, de la misma manera
que hay fuerzas en la naturaleza que se imponen a otras, hay grupos sociales que se
imponen a otros por el hecho de que son superiores, y a los cuales se les atribuye no
sólo mayor poder sino también mayor sabiduría. Nadie se atrevería nunca a discutir a un
sensei en el sentido que entendemos nosotros hoy aquí en Occidente. Es posible
formular una pregunta pero no discutir en el sentido que entendemos en nuestra cultura.
Porque eso tiene que ver con la mentalidad occidental. Concretamente, con esa
mentalidad judeocristiana que tenía la ventaja de que, al hacer a todos los seres
humanos hijos de Dios los hacía iguales independientemente de su origen, de su clase
social, de su cultura. En todo caso, este hecho no se ha dado nunca en Japón. Y buena
prueba de ello son las numerosas anécdotas que se podrían contar. Le decía a Carlos que
he estado hojeando estos días un libro ingenuo pero delicioso y muy bien escrito de un
novelista franquista muy famoso que se llama José María Girondilla: “El Japón y su
duende”. Este es un librito del estilo de aquellos que se escribían en los años sesenta.
No tenía nada que ver con esas extensas obras que conoceréis, “Los Cipreses creen en
Dios”, “Un millón de Muertos”, etc. Su autor, a fuer de franquista, era sensible y culto.
Este escritor se va a Japón con Narciso Llepes ya que en Japón hay muchísimos
guitarristas y mucha inclinación por la guitarra española. Y hay un momento en que la
guía le dice: “usted se está dando cuenta de muchas cosas pero se tiene que dar cuenta
de una: si nosotros aquí hemos admitido que el emperador no es Dios, que tenemos que
tener democracia, que tiene que haber partidos políticos, que todos somos iguales ante
la ley es porque nos lo ordenó McArthur. Y porque nos dimos cuenta de que eran
mejores que nosotros y dijimos: son mejores que nosotros, nos han ganado”. Bueno, es
una anécdota, es una ingenuidad. Y realmente hay más de lo que habría que hablar pero
es bueno decirlo porque yo creo que si representa la capacidad japonesa de absorber
jerárquicamente la igualdad. El japonés es un pueblo que, en general, ha absorbido todo.
En especial, rasgos provenientes de China, porque todo esto de lo que estoy hablando en
realidad es cultura china transmitida a través de Corea.
¿Qué idea de ser humano se deduce de estas prácticas?. Pues se deduce la idea de un
ser humano que, primero, esta muy vinculado a los ciclos de la naturaleza y que, sin
embargo, está continuamente manteniendo una distancia. Una distancia que le permite
mantener dos cualidades que se manifiestan claramente en todas estas actividades que
vengo describiendo: el jiriki y el gaman. El jiriki es la autosuficiencia y el gaman es la
paciencia. Por un lado, el individuo autosuficiente que se auto-educa siempre bajo la
supervisión de un maestro, la autosuficiencia del meditante o del zazente, del
karatedoka, la autosuficiencia del haikuista. Y, por otro, la paciencia, enorme paciencia.
En efecto, el derroche de paciencia, todo hay que repetirlo, hay que volver a hacerlo.
Además hay que tener mucho espíritu de Musotoku. No se trata de conseguir nada sino
de seguir practicando.
En relación con ello, una idea que se valora mucho es samu, que no es el servicio de
urgencias, sino el trabajo. Pero no el trabajo como castigo. La idea que tenemos a través
del judeocristianismo del trabajo como castigo: vivíamos en el paraíso, cometimos el
pecado original, no es equivalente a la concepción japonesa del trabajo. Antes le
comentaba a Carlos, la anécdota de los japoneses que acostumbramos a ver sacando
fotos por todos los sitios. Pues un día un amigo que trabaja allí me dio una explicación
muy buena, me dice: “no te pienses que estos están aquí de vacaciones. A estos les han
echado del trabajo una semana o semana y media, les han puesto en un avión y antes de
que les de el kerosi, que es un síndrome de ansiedad vinculado a la necesidad de
trabajar, les han dicho que vayan donde vayan saquen un buen reportaje fotográfico y
luego lo expongan en la empresa”. Es decir, que ellos piensan que siguen trabajando
para la empresa. Samu no es un castigo, es lo que hay que hacer. Hay que trabajar con
toda naturalidad. No sentirían tanta felicidad, como nosotros, ante el hecho de que les
tocase, por ejemplo, la lotería ya que les situaría ante la diatriba de no poder trabajar, de
no seguir con las prácticas. Porque el sentido de la vida lo tienen continuamente aquí,
hic et nun. Claro, es cierto que para que lo tengan aquí a través de todas estas prácticas
tiene que haber alguien que se lo está continuamente recordando. Eso es totalmente
cierto. Pero ese aquí y ahora es fundamental. Nada tiene sentido más que lo que hago
ahora. Realmente es muy importante ir a la compra y fijarse muy bien qué tipo de
pimientos hay y saber prepararlos. Hay un haiku que dice: Muchas palabras y las
verduras sin preparar. Seguro que habremos sentido algo parecido en muchas
ocasiones porque en esto suelen ser muy incisivos los poetas japoneses. Entonces, el
sentido de estas prácticas lo tienen en sí mismo, es un acendramiento en la misma
práctica. No hay trascendencia, no hay significado más allá. No recorremos ningún
camino, no nos liberamos de nada, no vamos a conocer más. Toda esa carga de
liberación, de catarsis que el judeocristianismo proyecta, en suma, ese tiempo futuro del
judeocristianismo no tiene sentido en estas prácticas. Porque lo que no es aquí y ahora
no tiene sentido. Pero, no nos vayamos a equivocar, esto no quiere decir que no se le de
sentido por parte de otros. ¿Por qué se han vuelto una potencia tan productiva?, ¿por
qué tiene una inflación poco importante?, ¿por qué presentan un paro no significativo?.
Porque son los que mas producen, los que mejor producen y como se equivoquen no
tienen ningún reparo en abrir la ventana y tirarse por la ventana al asumir que se han
equivocado en la contabilidad y que la empresa no se merece tal comportamiento. El
dramatismo que se viviría aquí ante tal circunstancia, derivada de una mala práctica, en
algún caso incluso se podría experimentar con normalidad en Japón. Todas estas cosas
verdaderamente nos sorprenden porque, insisto, la tendencia es que el sentido está
continuamente surgiendo de la propia actividad. Por lo tanto, y con esto ya terminaría,
el sentimiento, la cohesión colectiva que se vivencia en Japón es muy relativo. Fijaros
en cualquiera de estas actividades. Un dojo, tenemos a los zen que están sentados sobre
sus zafus. Están cada uno en su zafu, juntos pero cada uno en su zafu. En la práctica del
karate es exactamente igual, pueden estar todos haciendo sus katas pero luego cada uno
está haciendo su kata. Podemos tener cien haikuistas haciendo haikus pero cada uno
está haciendo su haiku. Solamente ha habido momentos muy determinados en la historia
del Japón y generalmente por contaminación occidental cuando tal orden se ha
desestructurado y ha adquirido un carácter colectivo. Finalmente lo ha hecho por la vía
más radical, o sea, la vía militar. El militarismo de los años veinte en Japón emerge,
entre otras razones, por esa percepción interna de que algo amenaza su orden y se
agrupan. Aun así, sigue habiendo un sentido incluso en el agrupamiento. Siempre, por
supuesto, que haya un sensei que les dirija. Resumiendo, yo creo que estamos hablando
de una cultura en la que la práctica es muy importante. Una cultura cuyas prácticas son
generalmente de autosuficiencia, de paciencia y donde hay una gran capacidad
progresiva de percepción de suki, de la ocasión. Donde también hay un vínculo estricto
con los ciclos naturales. Podríamos hablar, por ejemplo, de la sexualidad, de las geishas
que, por cierto, hasta el siglo XVIII eran geishos y no geishas. Geisha en realidad
significa persona culta, lo digo por si acaso. Pero todo esto implica un entrenamiento
continuo que tiene sentido en sí mismo y que implica una jerarquía. Una jerarquía que
varía en las diferentes disciplinas pero que exige continuidad, que exige asentimiento y
probablemente para los occidentales exigiría sometimiento. Es cierto que hay algunos
occidentales que han practicado este tipo de actividades y que precisamente por esto han
exacerbado alguna de estas características, sobre todo, la de la jerarquía, convirtiendo
frecuentemente a falsos sensei en manduquitas inoperantes. En ese sentido, no se
insiste tanto en otros aspectos como pueden ser la necesidad de disciplina, del
entrenamiento, de la percepción del aquí y ahora, de la no trascendencia y, sobre todo,
yo creo que es lo más importante porque es lo que más nos podría vincular a nuestra
pauta cultural aunque lo hayamos perdido, del kairós, que es el sentido de la ocasión.
En otras palabras, el suki, es decir, cierto entrenamiento en la capacidad de saber qué
tenemos que hacer ahora, con quién tenemos que hacer, qué tenemos que decir, cuando
nos tenemos que callar, cuando tenemos que hacer un trabajo y cuando no. Bien, para
bajar un poco el tono trascendente de todo lo que he dicho hoy voy ha terminar con un
haiku de Issa Kobayashi muy japonés que dice:
Cayó boca arriba
la cigarra de otoño,
y sigue cantando.
Nada más. Muchas Gracias.
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