CURA SUI, CURA MUNDI: MATRICES MORALES EN EL PENSAMIENTO TRADICIONAL CHINO. CONFUCIO.
CURA
SUI, CURA MUNDI: MATRICES MORALES EN EL PENSAMIENTO TRADICIONAL CHINO.
CONFUCIO.
Vicente
A. Huici Urmeneta (BAM-Universidad de Deusto/Seminario Confucio Mintegia-UNED)
“Jamáis les Chinois ne considèrent
l´homme en l´isolant de la société: jamais ils n´isolent la société de la
Nature” (Marcel Granet)
La
figura de la cura sui, procedente de la tradición greco-romana, guarda algunas
curiosas semejanzas con la diseñada por la tradición confuciana según ha sido constatado
por François Jullien y otros pensadores y sinólogos contemporáneos.
Aun
así, tanto en el caso de la tradición greco- romana como en la china, se puede
observar un conjunto de transformaciones
que el pensamiento religioso generó sobre las bases filosóficas tradicionales.
En este sentido, el Cristianismo fue para Occidente, lo que el Budismo para
China. Pues, en efecto, la tradición greco-romana fue transmutada por el
Cristianismo como el pensamiento Confuciano- Taoísta por el Budismo.
Este
proceso de aculturación religiosa ha generado en ocasiones una visión deformada
de las tradiciones filosóficas originarias. En el caso de China la aculturación
ha sido más evidente y se ha debido a que hasta
fechas muy recientes han sido misioneros occidentales, ciertamente muy
cultos, quienes han traducido y difundido la cultura oriental. Al respecto no
hace falta sino recordar la gran labor del sacerdote jesuita Carmelo Elorduy.
Poco a poco, sin embargo, han ido difundiéndose en nuestros lares nuevas
versiones, menos ideologizadas, de los clásicos chinos, destacando traductores
como Iñaki Preciado Idoeta o Albert Galvany.
Toda vez que algunos aspectos relativos a
estas cuestiones han sido ya tratados en otros lugares (Huici, 2010, 2010b, 2011), resulta ahora procedente
escrutar más específicamente la tradición pre-budista para profundizar a continuación en su
dimensión moral, núcleo analógico tanto del cura
sui como del cura mundi.
1.- Las bases del pensamiento chino
tradicional. Confucio.
Antes
de nada hay que decir que entendemos
por pensamiento chino tradicional las producciones intelectuales de la
denominada época Chun qiu y el periodo Zhan guo (en conjunto del siglo VII al
III a.c.), sobresaliendo la obra de Confucio (551-479 a.c.) y Lao-Zi (604-531 a.c.)
En
este breve ensayo se tratará preferentemente
la doctrina de Confucio, ya que permite una mejor aproximación a la
matriz moral china en su comparación con Occidente.
En general, puede afirmarse que el
pensamiento chino tradicional presenta la vida social y, por lo tanto, el
ámbito de la moral, como una prolongación de la naturaleza. Por lo tanto,
se da por supuesto que lo que es válido en la observación de la naturaleza lo
es también en el mundo social. Dicha naturalización de lo social implica que
“ el orden del
Universo no se distingue apenas de orden de la Civilización” ( Granet,
1934/1988: 319)
Así,
el pensamiento chino “no se ha orientado
en un sentido onto-teológico (buscando extraer el Ser del devenir o
plantear a Dios como creador o primer motor)” (Jullien 1995/1997: 57),
sino que
ha hecho del devenir un proceso regulado, siguiendo la estela del
Clásico de los Cambios [Yi Ching],
obra clave del pensamiento chino.
El Yi Ching,
la Biblia
china, según Shoulin, (2005: 23-4), parte de una serie de principios que se asientan
en la ya mentada naturalización de lo social y entre los que destacan las
siguientes nociones muy a tener en cuenta. En primer lugar considera que “ la sociedad humana es por naturaleza
jerárquica”; en segundo lugar, que la familia
y el Estado “son por naturaleza patriarcales”, y , por fin , estima que, así
como en la Naturaleza hay fuerzas femeninas ( yin) y masculinas (yang) , en las “
que predomina el yang”, en la Sociedad Humana se da la misma preeminencia de lo
masculino sobre lo femenino ( Lynn,1994: 8-9).
Por
otro lado, en la concepción china tradicional, los
cambios se autogeneran desde sí mismos por reequilibrios entre el yin y el yang ,y la idea de un
cambio motivado por un elemento exógeno
(una deidad, un héroe, una clase social) resulta completamente ajena:
“ La atención que el pensamiento chino
concede a la transformación lenta y progresiva disuelve el acontecimiento en la
continuidad histórica: por repentino y espectacular que aquel pueda parecer,
nunca es otra cosa que el desenlace lógico de una tendencia, que la mayor parte
de las veces es, en su inicio, muy discreta” ( Jullien, 1992/2000:143).
Esta
naturalización de lo social resulta contradictoria con el pensamiento occidental
que ni en su variante greco-latina, ni, en modo alguno, en el cristianismo
puede aceptar esta homologación.
Pues,
en efecto, para Occidente, lo social es un rasgo distintivo del ser humano que
no puede concebirse sin grupo ni
sin lenguaje grupal (Aristóteles, I, 2).
Pero, además, para los occidentales, el ser humano aun siendo naturaleza, está
por encima de la naturaleza, como miraculum
in natura (Pico della Mirándola), y
tanto más desde el punto de vista del creacionismo judeo-cristiano, ya que,
para este último, ha sido una fuerza exógena (Yahveh / Dios) la que ha
distinguido a la Humanidad de la Naturaleza.
Por
otro lado, en Occidente, el individuo humano es o aspira a ser un sujeto, un “hijo de dios”, un “ser
pensante” o un “actor moral”, según las sucesivas matizaciones cartesianas o
kantianas del pensamiento occidental.
La individualidad, sin embargo, en el
pensamiento tradicional chino, es indisociable del fenómeno de la interacción:
el individuo existe, pero en lugar de
ser percibido en la perspectiva aislante de un yo sujeto, “se lo considera como
parte integrante de una relación” (Jullien 1995/1997: 33).
Este
relacionismo fundamental, está presente en casi todas las teorizaciones chinas
desde el Yi Chin, pero aparece de
forma particularmente relevante en los tratados de estrategia militar y, sobre
todo en El arte de la Guerra de Sun
Tzu (544-496 a. C) (Zhiye, 1993).
El
vínculo del cambio y la individualidad relacional con los requerimientos
bélicos resulta por lo general sorprendente para el pensamiento occidental. Sin
embargo, más allá de los muchas veces
desconocidos orígenes militares de
instituciones prototípicamente
occidentales como la democracia (Aranzádi, 1991), nociones como situación [xíng], o potencial de fuerzas favorables y desfavorables [shì], constituyen un eje significativo singularmente útil para
la comprensión del pensamiento moral. Pues el pensamiento moral chino no deja
de ser, como lo es en casi todos los ámbitos, un pensamiento estratégico dirigido a la acción y no tanto a la
contemplación o al “conocimiento”.
2.- Matrices morales del pensamiento
chino tradicional.
Pasando
de los supuestos teóricos básicos expuestos a la reflexión moral específica,
hay que destacar que, contra lo que pudiera parecer, “ la concepción moral
china ni es individualista ( concibiendo el mundo a partir de un yo) ni niega la individualidad ( porque la
actualización se hace a través de individuaciones); su perspectiva es transindividual ( la existencia tomada como un
conjunto que no deja de actuar y de
comunicar en el interior de ella misma)” por lo que la piedad “ no es más que la manifestación privilegiada de este
carácter transindividual, y transemocional, propio de su existencia”
(Jullien 1995/1997: 35). Y, según el confuciano Mencio (372- 289 a.C), la piedad es base de la moral.
De
hecho, la noción fundamental propuesta
por Confucio en el ámbito moral es Rén [仁] que indica
tolerancia o “amor hacia el otro”, tal
y como lo expresa “el ideograma que reúne dos componentes: [人+二=仁] ser humano y dos” (Zhaowu, 1991: 27)
Para el
desarrollo armónico del Rén se destaca la función del rito o Lĭ [礼] que viene a ser la práctica
del autocontrol del Rén. Como
dice el mismo Confucio en las Analectas
(Lún Yǔ), “ El autodominio y la
insistencia en los ritos es lo que tendrá como resultado la benevolencia” (
XII,I,1:79). Si dicho control se consigue se puede aspirar a ser un Junzi
[君子], o persona íntegra moralmente. Comportarse humanamente es, por
lo tanto, comportarse ritualmente: “la noción de li [rito] es
contraria a la idea que solemos hacernos del
ritualismo como simple etiqueta, como protocolo” ya que “hay un acuerdo
perfecto entre la belleza de la forma externa y la de la intención interna”
(Cheng, 1997/2002: 65 y 67).
En este punto, no obstante, no debemos olvidar el carácter jerárquico y
patriarcal que antes se ha mencionado. Así, de facto, Junzi sólo podrá serlo alguien varón y noble (en sentido moral), pues “su
concepción de la perfección humana es decididamente masculina “y apenas hay algo “que decir acerca de la capacidad de las mujeres para
cultivarse a sí mismas” (Stevenson-Haberman, 1998/2001:68). Todo lo más
que se podría apuntar, como comenta Annping Chin es que Confucio pensaba que “una mujer inteligente
es capaz de comportarse en su vida de la misma manera (que un hombre), pero si lo hace será más hombre que mujer”
(2007/2009:135).
Ahora
bien, la piedad no es algo exigido por una divinidad religiosa o por un imperativo categórico que
configure al ser humano como tal, no es tampoco, en este sentido un acto de
voluntad – de “la ideología moral de la voluntad “(Barthes, 2002/2004:71)- sino que supone una regulación inconsciente respecto del orden colectivo. De manera
que allí donde hay cura sui hay cura mundi y viceversa.
Como apuntó Max Weber, el confuciano no deseaba ser liberado de la transmigración ni de los
castigos ultraterrenos (ambas cosas eran desconocidas para él); ni tampoco de
la vida (pues él la afirmaba), ni del mundo social dado (cuyas oportunidades
pensaba aprovechar mediante el autodominio); tampoco del mal, del pecado
original (de cuya existencia no tenía noticia) o de cualquier otra cosa
cualquiera, excepto de la degradante barbarie de la tosquedad social. “Sólo la transgresión de la piedad,
el deber social básico, podía constituir pecado para él” (Weber
1920/1983: 365).
Se trata, por lo tanto de “una moralidad intramundana de laicos” (Weber 1920/1983: 361) en la que manifestarse como ser humano,
reconocerse como humano es estar en una buena relación con los demás, en una relación
concebida como de índole ritual.
Además, y
esto es singularmente importante, el chino de ortodoxa observancia confuciana realizaba
“sus
ritos en orden a su propio destino intra-terreno- larga vida, hijos y
riqueza-, en menor medida por el bienestar de sus antepasados y en absoluto
en orden a su propio destino ultraterreno” (Weber 1920/1983: 354-5).
3.- Conocimiento y sociedad
Dado que
nuestra perspectiva es
sociológica (de la Sociología del Conocimiento) y no filosófica, es decir que el interés que
mueve esta líneas es el de
comprender las razones socio-culturales
por las que en un espacio-tiempo determinado, algo pudo ser considerado
verdadero o real más que dilucidar su
verdad o falsedad lógica o científica, conviene ahora reflexionar acerca de
estos aspectos.
Una pista muy importante la proporcionó el historiador francés Ferdinand Braudel cuando afirmó que la civilización china “se presenta, sin
ambages, de manera monótona, en cualquier parte donde se realicen los sondeos,
como una civilización exclusiva del vegetal” (Braudel, 1978: 148).
Y, en efecto, la importancia de esta matriz vegetal en la configuración de sus metáforas
ideológicas elementales -ciclos, renacimientos, adecuación al ritmo
natural, sometimiento a la naturaleza- es innegable. También parece demostrado que el vínculo entre la dimensión natural y
social de esta matriz proviene de la
celebración colectiva del ritmo agrícola, una celebración
progresivamente ritualizada y ritualizante que habría permitido “a cada ser
humano tomar cuerpo en una consonancia colectiva” (Javary, 2011:47).
Este vínculo entre la
Naturaleza y la Sociedad, permitiría por un lado fraguar una relación teórica de mutua dependencia, algo que, por
ejemplo, la socio-biología ha dejado explícito en nuestros días. Pues para esta disciplina, en efecto, y, respecto
del ámbito moral, “la experiencia moral ha surgido como instinto,
aunque se nos manifieste como una esfera autónoma y objetiva” (Castro Nogueira,
2008: 62). Ha surgido como condición de la supervivencia como especie, como
defensa colectiva del grupo frente a los individuos que podrían encaminarlo
hacia su destrucción o, incluso, a su extinción.
En
este contexto, el sentido de la trascendencia, núcleo fundamental de los
dispositivos religiosos y metafísicos, “ha emergido porque poseemos un cerebro cuya existencia se
explica porque promueve la perpetuación de los genes que dirigen su formación a
través de diversos mecanismos, entre los cuales destaca la fabulación compulsiva
de finalidades últimas y variados
caminos de salvación” (Castro Nogueira, 2008: 61).
La
piedad, pues, sería recurrente a la supervivencia en el contexto humano, y tan
solo racionalizaría lo que en la naturaleza se manifiesta instintivamente. Y,
en el caso chino lo racionalizaría por
medio de la prescripción de los ritos.
Pero, por otro lado, el
estrecho vínculo entre lo natural y lo social, la naturalización de facto de lo social, generaría
una pragmática desde la que el orden
social sería tan inalterable como el
orden natural ya que “es más difícil subvertir una organización
natural, clavada en la inmanencia” (Verdú: 1998:147).
De aquí esta caracterización
estática del mundo chino que realizó Hegel y que Marx denominó como Modo
de Producción Asiático.
4.-
Vigencias y transformaciones.
Para finalizar, se podría
preguntar por la vigencia del pensamiento chino tradicional en la actualidad.
Algo que sería como preguntarse la equivalente vigencia de
Aristóteles en Occidente. La respuesta sería, sin duda, que mucho mayor
de lo que habitualmente se supone. De hecho, algunas reflexiones
recientes al respecto apuntan, por ejemplo, que en la sociedad china actual, “la nostalgia por el
confucianismo no tiene nada que ver con el tradicionalismo, ni es una barrera
cultural para el capitalismo” ya que, a juicio de algunos expertos “, el
confucianismo desempeña el mismo papel que Weber le asignaba al protestantismo
en el desarrollo de la modernidad capitalista occidental” (Hui, 2003: 47).
También se afirma que las enseñanzas de
Confucio, “han modelado el espíritu de la nación china, y aún en el momento
actual, ejercen su embrujo (Román, 2008: 362).
Aun así, el confucianismo debe abordar una serie de
transformaciones para poder dar cuenta de las nuevas realidades sociales. La
más importante, sin duda, será la de abandonar su perspectiva patriarcal,
toda vez que la igualdad entre los sexos constituye ya un derecho casi
universalmente aceptado. En este sentido, el confucianismo “debe tomar muy en
serio esta cuestión y responder
adecuadamente “(Li, 2000: 8) En opinión de Chenyang Li, partiendo de la noción de Rén [仁], e
interpretándola en un sentido amplio, es posible que el confucianismo y el feminismo
“trabajen juntos siguiendo cada uno sus objetivos” (Li, 2000: 39). Algo, por
otro lado, que desde Occidente podemos comprender muy bien, pues, por ejemplo, ¿acaso no hemos
interpretado y reinterpretado a Platón o a Aristóteles, una y otra vez, a lo largo
de más de veinte siglos?
En
cualquier caso, en estos tiempos de globalización económica, social y cultural, teniendo además en cuenta la
emergencia de China como una nueva
potencia mundial, no está de más conocer los rasgos fundamentales de este pensamiento, más allá
de su fundamento sociológico,
sin utilizar, por supuesto, la
diferencia cultural china como un argumento
para “justificar la explotación” y el despotismo, y “eludir el problema
de los derechos humanos en China” (Leys,
1998/2004:655).
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