LAS CIENCIAS SOCIALES Y LAS NEUROCIENCIAS (2014)
LAS
CIENCIAS SOCIALES Y LAS NEUROCIENCIAS (UNA APROXIMACIÓN A LA NEUROSOCIOLOGÍA)
Por Vicente Huici Urmeneta, PhD (EUMBAM-Universidad de Deusto/UNED - Bergara)
“Nuestras
interacciones sociales desempeñan un papel incluso en el remodelado de nuestro
cerebro por medio de la «neuroplasticidad», que significa que experiencias
repetidas esculpen la forma, el tamaño y la cantidad de neuronas y sus
conexiones sinápticas. Llevando repetidamente nuestro cerebro a un registro
dado, nuestras relaciones clave pueden moldear gradualmente ciertos sistemas de
circuitos neurológicos”. (Daniel Goleman, 2006)
1.- ¿Qué es la
neurosociología?
La neurosociología es
una neurociencia, es decir, una de las ciencias que toman como punto de vista
teórico el funcionamiento del sistema nervioso, y particularmente del cerebro,
en cualesquiera actividades humanas.
Específicamente, la neurosociología intenta comprender
el rol que tiene el funcionamiento del sistema nervioso en la interacción del
ser humano con su entorno social. La necesidad y utilidad de abordar este punto de vista en relación a lo
social aparece ya en la literatura neurológica fundacional, como, por ejemplo,
en los escritos de Santiago Ramón y Cajal (1960), pero ha recibido su estatus
científico muy recientemente.
En efecto, en los años noventa del
siglo XX, dos psicólogos norteamericanos, Gary Berntson y, singularmente, John
Cacioppo, director del Centro Cognitivo de Neurociencia Social de la
Universidad de Chicago, comenzaron a
utilizar la expresión “ social neuroscience” [neurociencia social] para
caracterizar sus investigaciones.
La revista Social Neuroscience (Psychology
Press, University of Chicago), cuyo primer número apareció en marzo de 2006, es
la publicación de referencia en neurociencia
social. En dicho número, los editores
afirmaban: “Con raíces en muchas disciplinas, como la neurología, la
psicología social, las ciencias del desarrollo, la economía y la psicología
cognitiva, la neurociencia social ha alcanzado la mayoría de edad. La
Neurociencia Social puede ser ampliamente definida como la exploración de las
bases neurológicas de los procesos tradicionalmente examinados por la
psicología social. Esta descripción general proporciona un punto de partida
desde el cual podemos examinar la conducta social y la cognición. Sin embargo,
vemos esta definición como una guía más que como una regla y, como tal, vemos
este campo más incluyente que
excluyente. Los comportamientos y las cogniciones estudiados bajo el paraguas
de lo social son diversos”. Así mismo,
añadían que el objetivo de la neurociencia social era “comprender la relación
compleja y dinámica entre el cerebro (y sus sistemas afines) y la interacción
social, una investigación emocionante y significativa, no sólo para los
académicos, sino también para el público
en general” (Decety- Keenan, 2006:1-2).
El término castellano neurosociología que incorpora el sentido del original social neuroscience ha sido propuesto
por el catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid Francisco Mora, que en su obra Neuro-cultura afirma al respecto:
“Neurosociología es, en esencia, una aproximación a entender los
parámetros que rigen las interacciones
sociales basadas en la lectura de los códigos con los que funciona el cerebro
humano” (Mora, 2007:85).
2.- La emergencia de de la
neurosociología.
La neurosociología, en su incipiente
formulación actual, no hubiera dado sus primeros pasos sin los notables
avances que se han producido en los
últimos años en relación a la anatomía y fisiología del cerebro humano. Sólo
así han podido tomar cuerpo algunas de las intuiciones formuladas desde el
siglo XVIII, con los intentos de la frenología de F.J. Gall y J. C. Spurzheim,
pasando por el debate sobre el caso de Phineas Gage (1848) y los
descubrimientos de P. Broca y C. Wernicke, Otro tanto podría decirse de la obra de S.
Freud y de sus controvertidos discípulos que apuntaron correlaciones entre lo
social y lo neuronal hoy en día
comprobables empíricamente por medio de la
tomografía por emisión de positrones (PET), la magnetoencefalografía
(MEG) o la resonancia magnética funcional (fRM).
No obstante, entre las
circunstancias que han contribuido más al asentamiento empírico de la
neurosociología, se pueden citar tres de particular interés.
En primer lugar , el descubrimiento de una neurona , la célula fusiforme, que
actúa más rápidamente que ninguna, guiándonos en decisiones sociales
inmediatas, y que ha resultado ser más
abundante en el cerebro humano que en el de otras especies animales. En efecto,
los humanos tenemos unas cien mil células fusiformes más que, por ejemplo, los
primates, siendo, por otro lado, los únicos mamíferos en quienes se han
detectado. Estas neuronas fusiformes configuran conexiones particularmente
activas entre la corteza orbito frontal y la corteza cingulada anterior del
sistema límbico, zonas cerebrales en las
que “los sistemas relacionados con la emoción/sentimiento, la atención y la
memoria funcional interactúan de manera tan íntima que constituyen la fuente de
la energía tanto de la acción externa (movimiento) como de la interna
(animación del pensamiento, razonamiento). “(Damasio, 1994/2009:94).
Algunos especulan que las células
fusiformes pueden explicar por qué algunas personas (o especies de primates)
son más sensibles socialmente que otras. Los
estudios de imágenes cerebrales permiten observar un incremento de la actividad
en la corteza cingulada anterior en personas que tienen mayor conciencia
interpersonal, lo cual puede suponer que dichas personas no sólo evaluarían
correctamente una situación social sino que además también podrían percibir
cómo los otros la percibirían.
En segundo lugar, continuando con los recientes descubrimientos que han impulsado la
reflexión neurosociológica, se puede citar
la comprobación de la segregación
inmediata del neurotransmisor dopamina en los individuos humanos cuando hay
una percepción visual estimulante en un
contexto social.
La dopamina (DA) es una catecolamina
y las catecolaminas generan cambios
fisiológicos que preparan al cuerpo
para un incremento de la actividad física
(como la lucha o la huida). La dopamina, en particular, modula muchas funciones
en el cerebro, influyendo en el comportamiento y la cognición, la actividad
motora, la motivación y la recompensa, el sueño, el humor, la atención, y el
aprendizaje. Las neuronas dopaminérgicas (es decir, las neuronas cuyo
neurotransmisor primario es la dopamina) están presentes mayoritariamente en el
área tegmental ventral (VTA) del cerebro-medio, en la parte compacta de la sustancia
negra, y en el núcleo arcuato del hipotálamo. Así mismo, algunas drogas, como
la cocaína o las anfetaminas, pero también el alcohol o la nicotina,
incrementan la concentración de dopamina en el espacio sináptico.
La dopamina es comúnmente asociada con
el sistema del placer del cerebro, suministrando los sentimientos de gozo y
refuerzo para motivar a una persona proactivamente en la realización de ciertas
actividades. Participa en experiencias naturalmente recompensantes tales como
la alimentación o el sexo. La sociabilidad se encuentra también muy
ligada a la neurotransmisión de dopamina. Así, una baja captabilidad de
dopamina es frecuentemente encontrada en personas con ansiedad social. Por otro
lado, al controlar la actividad retiniana y vincularse rápidamente por medio
del meso-encéfalo a algunas estructuras del sistema límbico y del cortex
frontal, facilita una rápida respuesta emocional, como en el caso de la
atracción amorosa. Todo ello facilita la comprensión de determinadas conductas
sociales que han sido asentadas en cada uno
de los individuos participantes sobre bases neurológicas remodeladas
que, además, se implementan en circuito cerrado: a mayor estimulación, mayor
descarga de dopamina, y a mayor descarga de dopamina mayor propensión a la estimulación.
En tercer lugar, en relación a la
importancia del desarrollo empírico de la neurosociología, se puede citar la
constatación reciente de la existencia
de una variedad diferente de células cerebrales, las neuronas espejo, que
perciben la acción que otra persona está a punto de realizar e instantáneamente
nos preparan para imitar ese movimiento.
En efecto, singularmente decisivo ha
sido el descubrimiento de las neuronas
espejo por el equipo de Giacomo Rizzolatti , de la Universitá degli Studi
di Parma (Rizzolatti -Craighero, 2004), pues
ha obligado a revisar lo que hasta este momento se había venido
afirmando respecto a las regiones motoras del cerebro. Así, el sistema motor no
puede ser ya concebido como un mero “ejecutor pasivo” de órdenes emitidas por
otra región cerebral, sino que parece tratarse más bien de un complejo
entramado de zonas corticales diferenciadas, capaces de realizar las funciones
sensoriomotoras que parecerían propias de un sistema cognitivo superior. Todo
lo cual ha supuesto “un importante reto para nuestras convicciones filosóficas
acerca de la importancia de la comprensión consciente de los actos humanos
(Feito Grande, 2007).
Habría pues una base neuronal para
la explicación de determinados actos que
se llevarían a cabo en contexto sociales específicos sin mayor intervención ejecutiva de los
participantes, lo que conllevaría, por ejemplo, la revisión de algunas teorías
sociológicas sobre la memoria colectiva (Halbwachs, 1968, 1994- Huici, 2007, 2009) incorporando esta
dimensión.
3.- Virtualidades y limitaciones
de la neurosociología.
De lo anteriormente expuesto puede
deducirse que la neurosociología abre un campo singularmente interesante en el
ámbito más amplio de la comprensión de las interrelaciones sociales.
En efecto, la introducción de la
perspectiva neurosociológica puede permitir deslindar con mayor eficacia
algunos aspectos de temas habitualmente tratados por la sociología en general, como, por ejemplo, las cuestiones
de la identidad de los grupos o las ligadas a la memoria colectiva.
Sin embargo, la postulación de la
neurosociológica como perspectiva única, una tendencia muy habitual en las
neurociencias - que tienden a considerar el cerebro como un simple hardware-
puede convertir lo que no es sino una aportación
más a la comprensión del ser humano en
una nueva metafísica, tal y como ha ocurrido en otras ocasiones con la
economía, o la psicología. Como dice
Antonio Damasio, poniendo un buen ejemplo, “ la solución al problema de la
violencia social no vendrá sólo de considerar sólo los factores sociales e ignorar las sustancias neuroquímicas
correlacionadas, ni vendrá de culpar únicamente a una sustancia neuroquímica
correlacionada; será necesario considerar a la vez los factores sociales y
neuroquímicos” (Damasio, 1994/2009:101).
Pues
, en efecto, la neurosociología
no debería ser ni determinista ni unívoca ya que , a pesar de
reconocer que “todo comportamiento es biológico” también constata que
“el reduccionismo biológico no proporciona explicaciones satisfactorias
para comportamientos complejos”
(Cacioppo, 2004: 115).
Tan sólo en la medida en que conozcamos qué áreas y
circuitos del cerebro son claves para la cognición social (como, por ejemplo,
las muchas y diferentes áreas de la corteza pre frontal y cómo estas ha ido
apareciendo a lo largo de la evolución para cumplir qué funciones),
llegaremos a conocer gran parte de los
procesos mentales que nos agrupan en sociedad. También saber las funciones del sistema
límbico, en el que residen las emociones, nos debe proveer de conocimientos
acerca de los fundamentos neurales de la empatía y la aceptación o rechazo
social pues “todo ello está en el corazón
de lo que hemos venido en llamar neurosociología” (Mora, 2007: 85).
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revista electrónica disponible en
http://www.tendencias21.net/Las-neuronas-espejo-nos-ayudan-a-comprender-las-intenciones-de-los-otros_a1498.html
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RIZZOLATI
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pages: 169-92.
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Comunicación presentada al IX
congreso Vasco de Sociología y C. P. ( 16-18 de Julio de 2012)
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